Te duele porque estas gordo.
“Cada día me levanto por las mañanas y cada día me duele
algo”, me dice Juana, que nada más abrir el ojo coge de su mesilla si pastilla
mágica, como si se tratara de una pila para arrancar su maltrecho mecanismo y
sin la que no podría dar los pasos a la cocina para empezar su día. Son las
siete de la mañana. Por supuesto se la toma antes de desayunar, si no, no
llegaría ni al baño. Esto pasa todos los días, porque todos los días duele. Duele la espalda, duelen las rodillas, duelen los brazos. Le duele hasta el
alma.
En las consultas de Atención Primaria tratamos diariamente a
muchos pacientes aquejados de dolor. Unas veces lo hacemos nosotros solos y
otras nos apoyamos en compañeros del siguiente escalón. Pero como suelo decir adaptando algo que escuche de una fantástica internista: “NADA de lo que
aqueja a mis pacientes es ajeno a mis competencias, porque yo soy el que está
cerca, al que pueden acceder en cualquier momento y el que les puede atender todos
los días”.
El dolor es el principal motivo de consulta en mi quehacer
diario. Cada día prescribo ingentes cantidades de analgésicos. Pero Juana es
un caso especial, aunque no es para nada exótica. A Juana le duele a pesar de todo.
Ha ido al traumatólogo, al reumatólogo y al rehabilitador. Pero a Juana le
duele todo y encima se queja de que en esas consultas la han llamado “gorda”,
incluso yo lo he hecho, porque todos le
decimos que para mejorar tiene que perder al menos unos quince kilos.
Por supuesto está aquejada de artrosis, tiene una
meniscopatía en la rodilla derecha y su maltrecha columna está desviada por una
escoliosis que arrastra desde la niñez, por lo que cualquiera puede entender
que tenga dolor. Juana ha estado un tiempo probando toda suerte de analgésicos
bajo mi atenta batuta, porque yo sé un rato de analgésicos. Ha tomado
antiinflamatorios, Paracetamol, Metamizol, derivados opioides débiles e incluso
los fuertes. Pero a Juana le sigue doliendo todo, incluso con las seis comprimidos y un parche en este momento.
La obesidad, según la O.M.S., es la epidemia del siglo XXI. En realidad es más bien la epidemia de los países ricos. El hecho es que es
un problema de salud que incide en otras esferas y de
forma muy importante en esa experiencia vital que nos ocupa, EL DOLOR. Háganse
a la idea de que somos un carrito de la compra: cuanto más cargado, mas
chirrían las ruedas y más se doblan los ejes, más esfuerzo hace
falta para moverlo y por supuesto, más fácil se rompe. Por este motivo, al
paciente obeso con dolor siempre se le culpabiliza diciéndole que ese exceso de
peso es la madre de todas sus desdichas.
Pues bien, somos médicos y como tal no podemos ponernos de
lado.
Muchos habrán ido a una consulta para intentar perder peso y en el peor de los casos el médico ha sacado una dieta que tiene el cajón y nos la ha dado. En el mejor nos han pesado y con la dieta del cajón nos
controlan el peso cada 15 días.
Pues bien, la estrategia para la pérdida de peso es mucho más
compleja porque las causas son mucho más complejas. Hay que tener en cuenta
que los distintos aspectos del malestar emocional, muchas veces influenciados
por los aspectos socioeconómicos, convierten la comida en un objeto
transacional. Sobre todo las grasas y los hidratos de carbono activan
unos circuitos de recompensa de una manera inmediata. Nos proporcionan placer,
como las drogas, el sexo, el enamoramiento o el rezo, y por lo tanto cierto
grado de adicción. Además, comemos más de lo que gastamos porque la oferta de
alimento es extraordinaria. Nos movemos en un entorno consumista con
manipulación publicitaria por parte de la industria alimentaria. O como Juana
podemos tener comorbilidades que limitan nuestro ejercicio físico…
Si queremos abordar la pérdida de peso en nuestros pacientes
con dolor, debemos primero sentarnos con ellos para ver lo que originó en su día
la ganancia y qué cosas hacen que les sea difícil perder, incluidos muchos de
los fármacos que les prescribimos. Hay que buscar un acuerdo con ellos para que poco a poco y con objetivos progresivos, nuestros pacientes cambien su modelo
de dieta hacia una dieta mediterránea. Sin obsesiones y sobre todo, sin culpas.
Juana
no es culpable de ser obesa y tampoco de tener dolor, así que supongo que tendré
que tomarme mi tiempo en ayudarla.
Inspirador
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